martes, 28 de julio de 2015

No somos nadie


Ya tenemos nombre y filiación profesional para el hijo de su madre que decidió que la vida de un león vale 50.000 dólares. No es español, como se dijo en un primer momento, aunque tampoco habría extrañado nada: el dinero es una patria en sí mismo, tiene pasaporte propio y sus habitantes van por la vida así, pagando por sacarse una foto, por gozar un instante o por llevarse una cabeza de felino a casa...

El pobre Cecil —el león— ya es historia, pero a don Walter James Palmer, dentista, lo recordaremos brevemente y lo aojaremos pero sin pasarnos. Nada del otro jueves, con mesura occidental, como hicimos con Grecia y Varoufakis hace quien dice nada, que la vida es una hamburguesa con refresco y conviene despachar la hora del almuerzo con rapidez, pues si no, el jefe se mosquea seguro.

También es verdad que los jefes se mosquean mucho más que antes, y con mayor facilidad, ya que con esto de la reforma laboral y la precariedad del día a día, sus cambios de humor llevan más peligro que un revólver cargado en manos de un chimpancé.

Será el signo de los nuevos tiempos. Hoy estás arriba y mañana abajo, pero todo sucede mucho más vertiginosamente que antes. Y gracias que no tengamos que felicitarnos también, porque además de no llegar a fin de mes estamos las primeras quince jornadas de cada uno de ellos mucho más entretenidos que con Zapatero, y las siguientes ni os cuento, haciendo encaje de bolillos.

En fin, que me distraigo. España va tan bien que en primera instancia se afirmó que era compatriota nuestro el matarife de Cecil, ahí, con dos cojones, como cuando las autoridades alemanas con doña Cornelia Prüfer-Storks al frente, echaron la culpa de no me acuerdo qué intoxicación al pepino español, para que a la postre, el crimen se hubiera cometido en la propia Alemania, aunque se insinuó no sé qué de una cepa egipcia.

Ser no ser, ahí está el dilema, donde ha estado siempre. El dentista es un desgraciado al que le devolvería los 50.000 dólares con tal de dejarle solo en la sabana. Con su arco y sus flechas, pero solo. Sumergido hasta el cuello en esa soledad que hace difícil saber quién es presa y cazador, con la intención de discernir si las reinas de África no tienen memoria ni vengan a sus muertos, como dicen que hacemos los humanos. 

Lo de Alemania está un poquito más jodido, lo reconozco. Ahora vienen los gabachos a tocar las narices con eso de que el mercado común no es tan de todos como desearíamos, y seguro que Merkel se viene arriba, como de costumbre. Pero entretanto, Nico mira su coche herido y recuerda que le ha servido de poco haber ganado Le Mans, porque su vida profesional depende de lo que diga un jefe como Arrivabene, voluble, un poco donde dije digo digo Diego, y de la velocidad que se dé él en comer la hamburguesa y beber la cocacola. 

No somos nadie, por si se os había olvidado.

Os leo.

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