domingo, 1 de noviembre de 2015

Cultura del esfuerzo


Van pasando las temporadas y cada vez tengo más claro que internet rebosa soledades más o menos largas, más o menos profundas, más o menos opacas o faltas de luz...

Hay mucha más vida aquí fuera que ahí dentro, pero la gente prefiere pasar el rato midiéndose la herramienta o leyéndose el mapa del ombligo en Twitter o Facebook, en vez de respirando aire fresco o mojándose bajo la lluvia, o llenándose los ojos de sol, de nubes o de horizontes. Paladeando en definitiva, todo eso que nos perdemos cada vez que tratamos de tener razón a base de pulsar una y otra vez las letras de un teclado.

Confieso que tampoco tengo de qué quejarme. Como os he contado infinidad de veces, siento predilección por los actores secundarios de la Fórmula 1 quizás porque me asimilo a ellos con cierta facilidad en eso que denominamos cotidianidad. A mi alrededor siempre hay alguien que sabe más que yo, que tiene más experiencia que yo, que podría darme sopas con honda si quisiese. Y yo hago de hombre que nunca hacía nada, que no hace nada, que jamás hará nada, sencillamente porque mis apuestas suelen parecer perdedoras.

Divertirse por el simple hecho de hacerlo no cotiza al alza en la actualidad. Hay que saber elegir, o eso. Hay que poner los huevos en las cestas de dos o tres alternativas a lo sumo, y considerar el resto de posibilidades como consecuencias lógicas de la sobrevaloración porque el bendito término es corriente intelectual y contra este tipo de tendencias, ya se sabe: no hay mucho que hacer...

Sin quererlo, hemos asumido el ideario liberal anglosajón: estoy con el winner o soy un loser. Y esto en la red de redes se materializa en cada conversación o comentario, de forma que cuatro ganorabakoak pueden pasar por cuatro eminencias a base de apostar siempre a caballo ganador. Mayormente a toro pasado. Apuesta sin riesgos, que ya sabéis que meterse en las aguas de la actualidad siempre ha producido un cierto yu-yu.

Insinuaba más arriba que he gozado de cierta fortuna. Aprendí los rudimentos de todo esto cuando todavía no había abandonado los pantalones cortos, y grité el consabido ¡mamá, me he hecho mayor! gracias a que las revistas que leía valoraban la cultura del esfuerzo incluso más que las victorias de los leones que corrían entonces.

No sé qué ha cambiado aunque lo imagino. Los periodistas de finales de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado eran ante todo periodistas y no redactores de a 0,81 Euros cada 400 o 500 palabras. Se jugaban los cuartos entreteniendo a sus lectores y enseñándoles a discernir un mundo que quedaba muy lejos. Servían de correa de transmisión pero apostaban lo justo. Buscaban el colegueo con los pilotos y los patrones porque dar en la diana suponía poder llegar más lejos la próxima vez. Se arriesgaban a pie de pista buscando la foto, porque ése era el pasaporte indispensable para continuar subiendo en la profesión. No estaban en Twitter ni en Facebook, ni por supuesto en Blogger o Instagram.

Crecí en ese ambiente y creí las verdades que me contaban. También las mentiras. Y os puedo decir que de aquella etapa recuerdo mejor a los del fondo que a los campeones, porque los primeros ayudaban a llenar más páginas y porque en esencia, ellos eran la salsa y la pimienta de la actividad deportiva, tal cual hoy, aunque no se reconozca. Los veías crecer y los veías partir, retirarse o morir. Segundones de película, indispensables siempre. Gentes como Gilles, que hoy sería considerado un tipo sobrevalorado por sus excentricidades en pista, en vez de suponer sin lugar a dudas uno de los pilares indiscutibles de nuestro deporte.

El canadiense no ganó un miserable título. Su mayor mérito fue ser segundo en 1979. Sus números no dan para casi nada, pero sin embargo, ha sido el mayor exponente de esa cultura del esfuerzo que os comentaba antes y que se ha perdido en Fórmula 1, tal vez para no volver jamás porque ya no queda nadie que nos la cuente. Las prisas, la vida moderna, el medirse la herramienta. El winner y el loser y tal...

Os leo.

2 comentarios:

GRING dijo...

Las mejores historias son las de los fracasados. Principio fundamental del cine y la literatura. Y la épica del deporte. Las últimas hornadas de periodistas parecen muy influidas por las matemáticas del deporte y el Libro Guinness y se olvidan de los caminos que se han transitado para triunfar y sobre todo, para posibilitar el triunfo de otros: El recorrido por los perdedores, por los que no salen en las fotos ni baten el champán. Por los que tienen verdaderas grandes historias que contar.
Gran entrada de nuevo. Disfruto a lo grande con esa forma de contar lo que no dices y me tengo que imaginar.
Saludos!!

Jose Tellaetxe Isusi [Orroe] dijo...

Buenos días, Gring ;)

Sin duda, el entrenamiento, la oscuridad y los trastazos, forman parte de las mejores figuras. Sin tiempo para desarrollarnos corremos el riesgo de acabar siendo Justin Bieber XDDD

Será que nos estamos haciendo mayores... Yo contando estas cosas y tú leyendo entre líneas ;)

Un abrazote, compañero

Jose