domingo, 3 de febrero de 2008

Y ahora la quilla


Si el año pasado me desesperaba por no encontrar nada de sustancia en los periódicos del lunes, tras la disputa de los Grandes Premios; o por leer bobadas como que John Watson era campeón del mundo, o que Mansour Ojjeh había creado McLaren, o que Gerard Berger era un simple expiloto (esta duele, porque a poco que se hubiera mencionado que en 2007 era copropietario y director deportivo de Toro Rosso —lo sigue siendo—, sus declaraciones habrían cobrado algo más de calado), etcétera, este año me ha dado por encontrarle la gracia a los numerosos despropósitos que ya están salpicando páginas y minutos de nuestro bien amado mundo informativo.

La catarsis ha surtido efecto, no lo voy a negar. Disfruto más y me río como un condenado asistiendo al repertorio de sandeces que nos dispensa diariamente un periodismo al que no se le puede exigir más porque sería como pedirle peras a un olmo. Y es que creo que podemos coincidir en que en lo deportivo tenemos una prensa general bastante especial —no me atrevo a definirla como imbécil por no herir a nadie—, que hace gala de saber pasar del optimismo más radical al pesimismo más negro con vertiginosa facilidad, y que destaca siempre por su insobornable capacidad para resaltar cualquier chorrada dejando de lado lo realmente importante.

La última ha sido lo de la desaparición de la quilla en el morro del R28.

Puestos a enajenarse del todo, ha habido periodistas que se han liado la manta a la cabeza y han soltado que Renault ha roto con una tradición de años (sic). Otros, un poco más cautos, han relacionado la novedosa ausencia con el estilo Ferrari (sic). Todos han resaltado el asunto como si fuera de máxima importancia. Pero ninguno ha explicado absolutamente nada, a pesar de que la cosa resulta bastante evidente y harto sencilla.

Vamos a ver, las quillas no surgen como por arte de magia, mucho menos por tradición o estilo. La aerodinámica impone, a partir de mediados de los 90 del siglo pasado, la elevación paulatina de los morros de los vehículos. Como éstos además se van afilando y la configuración de la suspensión delantera (también de la trasera, no vayamos a liarla) exige que se respete un cierto paralelismo entre la disposición de los triángulos superiores e inferiores para que el conjunto resulte efectivo, nacen las quillas para que en ellas busque acomodo el punto más adelantado de estos últimos. Dicho esto, el R28 inaugura morro bajo, lo que viene a significar que la suspensión delantera no necesita de quillas porque todo el esquema se acopla a los laterales del mismo.

¿A que no era tan complicado? Pues me juego lo que queráis a que alguno de nuestros lumbreras buscará en la ausencia de quilla la razón que justifique alguno de los desbarajustes que a buen seguro sufrirá nuestro bicampeón a bordo de su monoplaza (por el bien de todos espero que sean pocos). ¡Al tiempo!

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