Singin' in the rain

Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, y afirmo yo que si hay pasta de por medio, tropezará con cualquier pedrusco, en una y mil ocasiones con tal de seguir medrando en la tarea de llenarse el bolsillo.

El Gran Premio que se disputa a unos kilómetros de Kuala Lumpur es un bonito ejemplo de lo que digo. El año pasado, con el cambio de horario por aquello de cumplir con las audiencias, Sepang se convertía en un choteo, hasta el punto de que fue la única prueba de la temporada que puntuó la mitad porque no llegó a cumplir el recorrido previsto como mínimo por el reglamento, aunque sospecho que en el fondo todo el asunto fue un castigo divino (versión colleja monumental, cabe decirlo), sencillamente porque el irreverente Kimi pasó de todo, regalándose un helado mientras sus colegas deshojaban la margarita de si pararía de llover a tiempo, embutidos en sus respectivos monos de trabajo a pie de pista.

La lluvia, sí. Si llueve siempre en Malasia a finales de marzo o a principios de abril; si lo hace más o menos a la misma hora; si la semana comienza mojada abriendo la tarde; si el martes el agua se presenta un poco antes; si el miércoles lo hace un poco después; si el jueves y el viernes se deja ver puntual como si tuviera cita con un amante; es de cajón sospechar que el sábado arribará a puerto sin acumular retrasos, y que el domingo perderá el culo por mostrar de nuevo su contrastada fidelidad…

Pero da igual. Bernie sigue baliando bajo la lluvia, porque dicen que los artistas y los dementes gustan dejar su firma en lo que hacen para que la posteridad los reconozca; y él, que tiene mucho de ambas cosas, y un ego que no cabe ni en el Taj Mahal, pasa olímpicamente de que le tiren encima un montón de litros de leche como hicieron con Gene Kelly en la película que da título a esta entrada, para ir directamente a la fuente del diluvio, para que su amigo Tilke haga allí un circuito donde naden sus títeres, de forma y manera que su huella quede indeleblemente marcada en el recuerdo de las generaciones de aficionados venideras.

Y las escuderías, en vez de negarse a participar en tamaño desfalco al respetable, todas a una como en Fuenteovejuna (¡coño, no, que viene la SGAE!), se pliegan a la bastarda encomienda y nadan contra corriente en un mar de mares, buscando furtivas olas que las destaquen siquiera por unas horas; y para redondear el espectáculo, las más señeras, sabiendo que lo acontecido en lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, tiene todas las papeletas de que se consume de nuevo el sábado y el domingo, han mandado hoy sus naves en calificación a luchar contra los elementos, como si pudieran sortear el destino que doblegó al mismísimo Felipe II…

Mañana se promete Safety Car desde el comienzo de la carrera, y que Dios reparta suerte, al menos la misma que ha repartido hoy, que aquí seguiremos, esperando acontecimientos. ¡Amén!