viernes, 9 de marzo de 2012

Así corran camellos


He pasado una semana endemoniada y al final todo se reduce a un efecto colateral de una vulgar tormenta solar. Estoy cansado hasta decir basta y la culpa, mira tú por dónde, no la ha tenido mi esfuerzo por no caer derrumbado, sino el lametón cariñoso y cálido de ese gigante del que dependemos tanto y al que conviene no mirar a la cara salvo que esté despertando o comience a cerrar los ojos...

Tengo hambre de carreras y no sé cómo voy a llegar al viernes que viene.

Llegaré, seguro, al menos eso espero, entre otras cosas por volver a dejarme mecer por esa ilusión que me anima a enfrentarme a cada nueva temporada como si realmente creyera en todo esto, como si pudiera hacer tabla rasa con todo lo que sé y he vivido al calor de la F1, como si Charlie dejara de apellidarse Whiting y tuviera una fábrica de chocolate, como si Berni encarnara al señor Scrooge que se reconcilia consigo mismo al final de Un cuento de Navidad...

Y aunque sé perfectamente que nada de esto va a ocurrir, la esperanza de que algo cambie permanece latente aunque bulliciosa en mi interior, con ganas de desatarse como las burbujas de un cava recién descorchado, como sucedió a comienzos de 2011, de 2010, de 2009, de 2008 y de tantos años como llevo mirando cual un idiota, cómo pasan los correpasillos del Gran Circo delante de mis narices, dibujando estelas o haciendo añicos mis aspiraciones de que el escenario torne su semblante al menos una puñetera vez, mientras espero de paso que el destino deje de ser un rencoroso de mierda que disfruta chafándome los domingos cuando hay carrera.

Tengo hambre de competición, de verlos y de verme retratado en ellos; de vencer o morder el polvo cuando cae la bandera a cuadros; de reconocer mi propia vida en la pantalla del televisor; de alegrarme o maldecir por dentro; de pensar que siempre hay una segunda oportunidad y lugar para la inocencia; de sentirme reconciliado con el universo o acaso de pensar en que más se perdió en Cuba; de olvidar, en definitiva, que cada vez que necesito prender de nuevo mi pipa, mi viejo zippo me avisa de que precisa ser sustituido por el bien de mis nervios. 

Ayer, el Athletic ganaba a lo grande en Old Trafford, y aunque no me haría ninguna gracia que la culpa la tuviera la tormenta de los cogieron, acepto de mala gana que en este mundo traidor no somos lo que pensamos, pues la épica o la desolación dependen a veces de una conjunción de planetas y otras, de un miserable fogonazo que escupe el astro rey a millones de kilómetros de distancia de la parcelita minúscula en la cual vivimos pagando renta pero creyendo ser sus dueños. 

Pero tengo hambre de carreras, así corran camellos en ellas...

1 comentario:

Interlagos dijo...

Grande el Athletic, muy grande. Como sabéis vivo en Cuenca y ayer iba por la calle con mi coche, que aún conserva el BI en la matrícula, cuando esperando en un semáforo oigo un sonido muy conocido, algo que llevamos en las entrañas... era el himno del Athletic cantado en euskera. Puro deleite.