domingo, 13 de enero de 2013

Las entrañas de la marca blanca


Si algo hay que reconocerle a Red Bull es sin duda, que ha sabido implicarse hasta el cuello en labrarse una imagen de solvencia que ha conseguido eclipsar, si no del todo sí casi, a la que hasta hace bien poco disfrutaba McLaren, consiguiendo pasar literalmente por encima de la de Maranello.

En un mundo tan complejo como la F1, gozar de una buena imagen supone haber ganado la mitad de cualquier guerra (léase campeonato). Los patrocinadores buscan asimilar sus empresas o corporaciones a aquellos valores intangibles que ponen a su servicio las escuderías, y en este sentido, contar con una imagen de las llamadas de primera, viene a ser como disponer de un comodín en la manga, porque este tipo de cosas son buenas para el negocio, para todo el negocio, para el de los equipos y también para el de la FIA y el FOM.

No estoy diciendo con ello que la de Milton Keynes haya labrado su éxitos de los tres últimos años gracias a su imagen de marca, porque para imagen, la de McLaren, cuyo exponente más emblemático reside en la vanguardista sede de Woking (McLaren Technology Centre) —obra del marido de nuestra compatriota la doctora Elena Ochoa, el eminente arquitecto sir Norman Foster, padre también del Metro de Bilbao—, y que a pesar de ella lleva más de una década si comerse un colín, sino que ha contribuido al logro global de la austriaca, porque no hace tanto, Red Bull, recordemos, protagonizaba chuscos episodios en los cuales sus coches se dedicaban en pretemporada a lograr buenos tiempos, para desinflarse a renglón seguido en cuanto la sesión había dado comienzo, logrando así una bonita cuota mediática que echando la vista atrás, resulta un jalón indispensable dentro de una estrategia trabajada a largo y que está cosechando ahora mismo sabrosos réditos.

Entre disfrazar a sus pilotos de spiderman y hacerlo de romperécords, dista una franja minúscula de tierra que no llega a zanja, pero que anima a pensar en las posibilidades infinitas que encierra pensar seriamente en el meollo de la cuestión, en vez de entretenerse en el barniz del cuadro.

Lewis Hamilton, en 2011, creo, se quitaba de encima sus fantasmas, insinuando que Red Bull no era una escudería sino una fábrica de bebidas energéticas que tenía una de sus divisiones (nunca mejor dicho) implicada en la F1. El tiempo ha venido a quitarle la razón como nos ha quitado el velo a todos.

El británico ha terminado por rendirse a una imagen que vende tradición por encima de eficiencia, embarcándose en una aventura incierta en Mercedes, ante la cual sus afines cruzamos los dedos, fundamentalmente por aquello de que pase lo que pase, aspiramos a que nuestro ángel negro, uno de los dos tipos que más merecen la pena en este deporte, salga intacto o poco chamuscado del lance venidero en el peor de los casos. Mientras tanto, a la chita callando, Red Bull, la apostasía y la apóstata, fabricando latas de bebedizo, sin ser una escudería que mereciera enarbolar tal apelativo, ha conseguido hacerse en tres ocasiones consecutivas con las riendas de todo esto.

Hay que sacar lecciones, sí o sí. Ferrari tiene una imagen resquebrajada desde que Michael Schumacher, Ross Brawn y Jean Todt tomaran las de Villadiego con punto de partida en Maranello, que ni Fernando ha sido capaz de restituir. McLaren no ha entendido todavía que la imágen se defiende como el Abismo de Helm frente a los orcos, con uñas y dientes, o no hay tu tía. Y Red Bull lo ha entendido todo, convirtiéndose de la noche a la mañana en la escudería que mejor sintoniza con esa idea que tenemos todos cuando pensamos en F1: eficiencia, pulcritud y éxito…

No sé vosotros, pero yo me quito el sombrero, porque a pesar de las perspectivas y las dimensiones a las que obliga el paso del tiempo, lo que está sucediendo ante nuestros ojos viene a ser como cuando Colin Chapman decidió vestir sus Lotus 49 de cajetillas de tabaco, un hito, la implantación de un nuevo modelo, la expresión cierta de que el espíritu de la F1 sigue vivo, porque si nuestro deporte es espectáculo, con razón Red Bull acapara los focos ya que es pura farándula, la segunda escudería de nuestra historia que ha entendido de qué va todo esto desde finales de los sesenta del siglo pasado, y la primera desde hace años que ha tenido las narices de escenificarlo sin ahorrar esfuerzo en pasar de payaso a marca recomendada en el supermercado, y del tirón, como diría aquél.

Os leo.


1 comentario:

Aficionando dijo...

Acabo de leer tu magnífico texto sobre Marko. Disculpas por traerlo hasta aquí de nuevo. Suscribo completamente todo lo que dices del sujeto, y además añadiría que juega sucio, al punto de que es lícito catalogarle como mala persona. Me refiero a la formas hijoputescas que se gastó cuando echó a Buemi y a Alguersuari, esperando a que todos los equipos tuvieran ya las plazas ocupadas.
Es como si además de apuñalarte, te escupe en un ojo.