miércoles, 27 de febrero de 2013

Francisco Pavón


El Adagio de la octava de Bruckner sonando a través de los cascos, medio pelotazo de whisky esperando a que termine la entrada o a que me lo beba mientras la escribo, y una pipa bien cargada y prendida en la boca, me acompañan en esta noche fresquita en la que he estado buscando a Pavón para ver si con él podía decorar este texto y ver algo de luz.

No ha habido forma, lo confieso. En Internet es posible encontrar centenares de imágenes de don Luis Bárcenas, a buen tamaño todas ellas, pero no hay ninguna aprovechable de Francisco y lo lamento, y aunque al final he tirado por la tangente con un águila calva cernida en la nada azul de un paisaje invernal y paradisiaco, en plan recurso con el que salvar el tipo, deduzco de tan prosaica complicación lo mucho que prospera la gentuza y lo poco que valen los bien nacidos en un mundo, el nuestro, que tasa al alza la cara dura y relega al fondo del armario a los héroes.

Pavón es madrileño. Jugó en el Real Madrid cuando Zidane. Concretemos: formó parte del enemigo para los del Athletic, los míos, pero como en La Catedral llevamos a gala saber discernir la fina línea que separa a un enemigo de un rival al que cabe aplaudir incluso en la derrota de los nuestros, me he olvidado de sus raíces y le he buscado con ahínco hoy después de conocer que un impresentable que ha llegado a atesorar 38 millones de euros, se ha apuntado al paro para cobrar lo que justamente le corresponde y nadie le discute, recordando que Francisco Pavón renunció precisamente a lo que en justicia también le correspondía, porque lo que el Estado le debía podía servirle a alguien realmente necesitado de ayuda.

La metáfora está servida sin dar demasiadas vueltas, no me digáis que no. Un tipo que sabe qué lugar ocupa en el universo renuncia con generosidad a lo que le corresponde por el bien de otros, ocupa un breve espacio en los periódicos y en los telediarios sin dejar de ser una simple anécdota, y se sitúa a renglón seguido en uno de esos craquelados oscuros del espejo donde nos miramos todos, hasta el punto de que es imposible encontrar una miserable foto suya a 700 ppi de ancho. En cambio, un hijo de su madre que ejerciendo su derecho con dos cogieron reclama lo que le pertenece, porque es suyo y de nadie más, para que nos entendamos, porque él lo vale, vamos, anega páginas y páginas en Internet y sale incluso en HD en el Google, con sus maneras de prohombre altanero y suertudo y bien peinado.

Pero no me distraigo. Pavón es quien me interesa hoy. Su actitud frente a la vida, su cabeza siempre alta, su deportividad incluso en el INEM, su manera de comprender la diferencia entre un desdichado y un dichoso en horas bajas, son un ejemplo, el ejemplo si se me permite. Como el que ofreció Iván Fernández Anaya en el cross de Burlanda, cuando permitió ganar a Abel Mutai, quien se había equivocado de trayectoria, simplemente porque el vitoriano consideró que su rival no lo merecía, ni a él le merecía la pena una victoria tan cutre y tan oportunista. O ese otro de un Fernando que se desplazó desde Montmeló hasta Asturias para cubrir con su brazo al hermano de Toño Fernández bajo la lluvia...

Hoy, cuando el whisky se acaba y la pipa se apaga, cuando Bruckner me sigue elevando con su Adagio, quiero recordar a mis enemigos y amigos para darles las gracias, especialmente a Francisco Pavón y su buena hechura de hombros, porque mal que les pese a los olvidadizos, el deporte sigue teniendo sentido gracias a determinado tipo de actitudes, puntuales, minúsculas, inservibles para decorar entradas como ésta, pero aún así, imprescindibles.

Os leo.

2 comentarios:

Nacho dijo...

Toda la razón...eso si es ejemplar

GRING dijo...

El deporte y la vida misma, Josetxu.