lunes, 2 de diciembre de 2013

Suspect zero


Con 215 grandes premios a la espalda, Mark dice adiós a la Fórmula 1. Puede que sea un agur definitivo o algo que se cure con el tiempo, como le pasó a Michael Schumacher, en todo caso, su despedida en Interlagos sonaba a cumplimento de condena, a tipo que orina en el muro de la cárcel ante la sonrisa cómplice de los guardias porque sabe que abandona definitivamente el talego…

El aussie estaba feliz en Brasil, se le veía feliz y queriendo compartir su felicidad. A diferencia de cómo celebra Vettel la solución de sus ecuaciones haciendo dónuts, Webber se quitó el casco y los guantes, quiso sentir qué se siente sin la máscara de piloto, palpar como ser humano la realidad que ha vivido de forma vicaria desde que en 2002 desembarcó en El Circo. En definitiva, saberse un poco más él mismo que lo que ha podido entenderse trabajando para otros.

De entre los muchos conductores por los que siento un favor en algo o en mucho especial, no puedo ocultar que siempre ha habido un pequeño lugar en mi corazoncito contradictorio de aficionado, para este australiano grandote criado como perro medianero, metralla en el combate cuerpo a cuerpo, duro en el ser adelantado y el morder pero leal hasta el ocaso.

Genuino fajador, Mark ha hecho de la esquina del cuadrilátero su hábitat natural porque en su equipo jamás pensaron en dotarle de un coche con que defenderse. Bastaba darle a Seb el que le situaba en la pole y a él le tocaba luchar en desventaja porque como hombre a una vuelta siempre ha manifestado carencias, al igual que le ocurría en las salidas. Incomprendido en el más amplio de los sentidos, el aussie ha hecho de tripas corazón en su última escudería y ha sacado astillas a un vehículo que se deshace como un azucarillo en agua tibia en cuanto no bebe aires buenos incluso cuando lo maneja Vettel. Señalado por ser un madero, Webber ha hecho estos últimos cuatro años de sospechoso cero (suspect zero), de media sobre la que establecer el gradiente adecuado, de señal y norma ante un experimento.

Aunque al igual que le ocurriera a Rubens con el Brawn GP001, nadie imaginaba que un dos natural pudiera hacer de líder tirando de experiencia y ganas. A él jamás le dijeron que era normal ir perdiendo 1 segundo por vuelta, es cierto, pero comenzaron a ocurrirle cosas, quizás demasiadas y demasiado incomprensibles, hasta el punto de que comenzaron a aflorar las preguntas sin respuesta: ¿cómo es posible que la escudería campeona del mundo cuente con sus servicios. Cómo es factible entender que toda un Red Bull meta tantas veces la gamba con su segundo piloto. Cómo quiere Milton Keynes que traguemos con un cuadro tan artificialmente desenfocado…?

Al australiano no ha hecho falta que nadie le dijera por radio aquello de Seb is faster than you, lo llevaba en la sangre, totalmente interiorizado, como se demostró en Malasia cuando entendió definitivamente que su tiempo había acabado en un equipo que no le contemplaba como variable y que jamás movería un dedo por dejarle interpretar una vez siquiera, el papel que glorificó a Nigel Mansell.

El australiano se marcha a Porsche y su proyecto para recuperar el cetro de Le Mans, hoy en manos de Audi. Dije y porfío todavía, en que lo hará bajo la vitola de Red Bull. Se lleva bien con Dietrich Mateschitz y el patrón sabe que le debe una por los servicios prestados. El austriaco no es hombre que abandone a los suyos (¡Luca, a ver si aprendes!), y Mark, en Interlagos, era feliz, por desterrar de una vez por todas su vieja vida y por tener un futuro donde agarrarse.

El aussie se sabe el suspect zero del éxito de la de Milton Keynes, pero también que Daniel Ricciardo le hará bueno, inmejorable, quién sabe incluso, si el reemplazo obrará el sortilegio de que le extrañemos, Dios lo quiera, si acaso ante una nueva coyuntura en la que esté vigente la Multi 21, el nuevo canguro decide saltarse las órdenes, dejar de pensar en el equipo como hacía Mark y partirle la cara al tetracampeón donde más le duele, en el cuerpo a cuerpo, el territorio que hoy por hoy deja huérfano un tipo al que extrañaré como extraño a Rubens o a todos esos segundones en apariencia inútiles, que forman parte de la Fórmula 1 y la hacen comprensible tanto o más que aquellos otros que escriben sus nombres en la historia de nuestro deporte con purpurina u oro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La importancia de los segundos espadas. ¡¡Ay, esos segundos espadas tan importantes y tan sumamente incomprendidos!!


King Crimson