domingo, 4 de mayo de 2014

El mayordomo diestro


Cambiamos mucho pero en el fondo no cambiamos nada. La imagen de arriba, por ejemplo, la utilicé hace ya un buen montón de meses cuando me hacía falta que el mayordomo fuese zurdo y ha bastado un volteo horizontal con Photoshop, para que el mayordomo sea otro, en este caso, diestro.

Son lo mismo, pero como diría Millás: todo es tan distinto...

Esta semana hemos asistido a la enésima elevación al Olimpo de un piloto inigualable que sufrió la desventura de matarse y la fortuna (sí, fortuna) de no mostrarnos su cara menos épica, hurtándonos además la posibilidad de verle caer derrotado ante un casi completo desconocido como Michael Schumacher.

En Senna cabía doblar la rodilla ante Nelson Piquet, Nigel Mansell y por supuesto Alain Prost, incluso ante Jean-Marie Balestre, pero dudo mucho que cupiera que la cediera ante un tipo como el Kaiser que dicho sea de paso, en aquel triste 1994 ya había destronado al paulista incluso en su tierra natal: Interlagos.

La historia es así. La cinta termina con fundido en negro en Tamburello y todo el mundo piensa en el final feliz que no pudo ser olvidando que el héroe dos años antes, había concluido cuarto en la tabla general de pilotos y que en la temporada siguiente, había mordido el polvo frente a su enemigo eterno, quedando segundo, siendo nadie, como él mismo dejaría dicho meses antes. El primero de los perdedores, ahí es nada...

Y aquí quería llegar porque a pesar de que me haya cansado hasta la extenuación la tabarra que hemos sufrido a cuenta de Ayrton estos días pasados, el brasileño forma parte de mi particular panoplia de elegidos. Quizás no le considere a la altura de Alain, Gilles, Juan Manuel o Alberto, pero está ahí porque era un talento natural ante el cual solo cabe arrodillarse. Hablando con Dios o en completa oscuridad acústica, Senna hacía del silencio su fuerza y respondía ante él como si su cerebro hubiese sido afinado exclusivamente para correr. Más que nadie, por encima de todos, como si nada importase más allá de dar lo mejor de sí mismo en cada carrera, hasta el punto de que los rivales apenas importaban una vez agarraba el volante de su auto.

Ayrton era una experiencia indescifrable que no admite cuantificación, ni siquiera en las miserables líneas que le dedicamos cada año por estas fechas. Ni siquiera en esas prospecciones sobre lo que nos ha legado o sobre cuál ha sido su auténtica trascendencia, y es que en el fondo a quién coño le importa, si fue un tipo único en su especie.

Con casi total seguridad me aventuraría a decir que habría caído derrotado ante Michael Schumacher en 1994 y seguramente en 1995, pero esto, os aseguro, no cambia las cosas para mí ni así no hubiese vuelto a coronarse como campeón mundial. Senna era Senna y en vez de gastar tanta tinta en descubrir sus secretos los primero de mayo, tal vez haríamos mejor respetando su forma de vivir, perder y triunfar, entendiéndolo en una palabra, asumiendo que la derrota también formaba parte de su existencia y que incluso cuando dijo aquello de que el segundo es el primero de los perdedores, quería vivir para contarlo y contemplaba peinar canas en su vejez.

El mayordomo... El mayordomo siempre es el culpable de todo. Os leo.

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