jueves, 23 de abril de 2015

Manfred y Rudi, 1937


Japón había iniciado su expansión en China y la contienda española servía de aperitivo a la Segunda Guerra Mundial, pero en agosto de 1937, la ciudad de Montecarlo parecía mantenerse ajena a las convulsiones políticas que asolaban medio planeta. Gobernaba el Príncipe Luis II y su nieto Rainiero tenía catorce años de edad. Grace Patricia Kelly contaba con tan sólo siete. 

El trazado donde se disputaba la nona edición del Grand Prix de Mónaco era muy diferente al que conocemos en la actualidad. La carrera se celebraba a 100 durísimas vueltas. No existían ni el Mundial de Pilotos ni el de Marcas, tal y como los conocemos, ni estaban construidas la piscina ni la curva La Rascasse. El túnel era mucho más corto que ahora y la línea de salida y meta estaba situada al lado mismo del mar, entre Bureau de Tabac y Gazométre, el primer giro del circuito, pero ya en aquel entonces, la capital del Principado suponía una cita ineludible para el deporte automovilístico.

Manfred von Brauchitsch y Rudolf Caracciola militaban en Mercedes-Benz y pilotaban los flamantes W125 que la casa de la estrella de tres puntas había preparado para aquella temporada. Desde la misma arrancada se habían embarcado en una auténtica pelea de perros que hizo temer a su equipo que cualquiera de los dos, o ambos, acabaran contra las protecciones, en el agua, o lo que era peor, chocando a pesar de ir liderando el Grand Prix con holgura.

Fueron infructuosos los constantes avisos para que redujeran la velocidad, o al menos aumentaran la distancia existente entre los dos vehículos. Manfred y Rudi no estaban por la labor de ceder ni un milímetro ni un segundo en su lucha contra el rival, y aprovechando un repostaje, fueron advertidos personalmente por Alfred Neubauer de que tenían obligación de acatar las órdenes, después de que el gordo se hubiera jugado la vida varias veces, ondeando desde la propia pista una improvisada bandera de paz al paso de sus coches, y de que, con posterioridad, se viera en la obligación de volver a hacerlo.

No sirvió de nada. Von Brauchitsch y Caracciola estaban empeñados en dirimir sus desacuerdos sobre el asfalto monegasco, y nada en el mundo parecía tener capacidad para detenerlos.

En esto que el W125 CP de Manfred sufría un problema con sus frenos, y dicen, los mecánicos recibieron instrucciones para resolverlo con cierta parsimonia, lo que supuso casi una vuelta completa de retraso sobre su compañero. Rudolf tenía el camino expedito hacia la meta, pero la justicia también es poética y mientras Manfred se estaba echando literalmente encima, el de Remagen perdía más de cuatro minutos en su último paso por garajes para repostar combustible —un tornillo se había perdido en el sistema de sobrealimentación y era necesario encontrarlo para evitar una avería.

Von Brauchitsch volvía a ser primero a pocas vueltas del final, pero Karrasch no se había dado por vencido. Iba a perder, pero lo iba a hacer a su manera, firmando unos últimos giros de infarto que le llevarían a recortar la distancia con su compañero hasta dejarla en apenas un minuto y medio.

Ocurría un 8 de agosto de 1937 ahora demasiado lejano.

Os leo.

1 comentario:

GRING dijo...

Una delicia. ¡Caramba, ya tenían problemas de frenos entonces los Mercedes!