viernes, 21 de agosto de 2015

Coffee time


Si el planeta Nibiru existe, un suponer, y al final nuestro planeta se va al carajo a su paso y los mayas llevaban razón aunque equivocaron sus funestas predicciones por unos miserables años, y vienen entonces los dioses lagarto a recoger su cosecha de pesimismo, miedos, horrores y sacrificios, os juro que cojo a Eileentxu, el hatillo y mi palo de lluvia, y me enrolo en las filas de los ejércitos del Arcángel San Miguel.

Ha sido comenzar la primera sesión de entrenamientos libres para el Gran Premio de Bélgica, que fuera transcurriendo, lógicamente, y que las huestes del desencanto se hayan puesto en pie. Uno, yo en este caso, en su infinita ingenuidad se pregunta entonces si alguien esperaba alguna especie de milagro en el interior del box de McLaren.

A lo mejor habría estado bien que los garajes de la británica se hubiesen iluminado con estallidos de color y de sus entrañas hubieran salido unos cuantos rayos y centellas con el sonido de fondo de un dios Thor encabronado, golpeando una y otra vez con su martillo las cabezas de los gigantes de la mitología nórdica. Pero desgraciadamente no ha sido así y la tristeza se instalado entre nosotros sin pagar peaje ni arrendamiento.

No sé cuándo nos acomplejamos, ni cuándo caló en lo más hondo de nuestra cultura como aficionados eso tan extendido en la actualidad, de que competir sin aspirar a la victoria es poco menos que una mierda, que albergar esperanzas es de retrasados o de perdedores.

Qué sería de nuestra historia como deporte, si aquellos que no lograron pasar el corte, escuderías, pilotos, promotores, hubiesen pensado esto mismo... Seguramente que nos habríamos perdido instantáneas como la que decora esta entrada.

Si el planeta Hercolubus existe y al final la Tierra se va a la porra a su paso y resulta que los mayas llevaban razón aunque equivocaron sus oscuras predicciones por tres o cuatro años. Y a pesar de todo nos salvamos como especie, aunque seamos un puñado de optimistas los que quedemos en pie, llevaré este fragmento de realidad en el bolsillo de mis pantalones cortos, y se lo enseñaré a San Miguel, y le relataré cómo un 21 de agosto de 2015 a primeras horas de la mañana, nadie quiso ver en él la paz que destila, como si sus protagonistas supieran algo que a los demás mortales nos está vedado entender, sencillamente porque tienen las mejores armas de todas: la paciencia y la fe.

Os leo.

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