jueves, 11 de febrero de 2016

Caperucita feroz


Tener familia guipuzcoana ofrece a un vizcaíno una perspectiva más completa de la vida. No sé cómo explicarlo mejor aunque en el fondo, sospecho que es como tener un pie en El Imperio y otro en La Rebelión.

Los que me habéis escuchado en cualquier podcast al que me hayan invitado, pero sobre todo en esos epicentros de la corrupción postmoderna que son El Yate de Flavio y por supuesto SafetyCast —por cierto, salvo errata, estamos en el aire el próximo lunes—, conocéis de sobra mi tendencia a hablar más rápido que mi propia sombra, facultad que haría palidecer al mismísimo Luky Luke a la hora de desenfundar su revólver. Pues bien, aviso, existe alguien todavía más rápido que yo.

Mi primo Pablo, a quien mencionaba de puntillas en el párrafo anterior, es capaz de colocar tres veces más palabras en el mismo espacio de tiempo que consumo yo en noquear a mis compañeros de tertulia con mi ágil verborrea, lo juro.

Él, Ignacio y Miguel Ángel, forman la parte viva de la estirpe Tellaeche que fundó mi tía Candidín con el tío Juan, allende las fronteras de Bizkaia, en los alrededores de Pasajes de San Pedro y Lezo. Falta José Antonio, bravo marino de tamaño XXL que acabó sus días sufriendo en Torrevieja el mismo mal que se llevó por delante a mi hermano en Tarragona tal que mañana hará un año. Pero me quedan ellos, no sé si me comprendéis...

Pablo fue submarinista y ahora es un venerable jubilado que hace submarinismo, senderismo, montañismo, sabiduría y lo que le pongan por delante. Si tuviera que dibujar un Titán le escogería a él como modelo. Grandote, pecoso de pies a cabeza y pelo ligeramente cobrizo, parece más un vikingo que un ser humano. Ignacio es más menudo. Le prohibieron ver a La Real en Anoeta porque su corazón peligraba. Míguel, en llana, «Txilín» para los de casa, corría en su juventud en 125 centímetros cúbicos con buzo de trabajo y zapatillas de andar por casa. Fue él quien me introdujo en un Alpine A110 1.600 para dar unas vueltas...

La rama guipuzcoana de mi familia paterna es uno de mis orgullos secretos. Cándida y Julián eran hermanos por parte de mi abuelo pero no de madre, no sé si me seguís. Es más, mi abuela María, extrañó a mi tía casi desde el momento mismo en que se casó con mi abuelo Julián. Pero mi padre y su hermana iban a ser uña y carne. Nadie lo iba a impedir. Nunca he visto mayor embeleso que el que profesaba mi progenitor por Candi, ni tanto amor como el que le regalaba ella a su hermano pequeño cuando por fin nos veíamos todos... 

De aquí que las lindes siempre se me antojen difusas. 

Como decía al principio, tener familia guipuzcoana otorga a un vizcaíno una perspectiva más completa de su existencia. Supone un complemento indispensable; un observarse en el espejo por el rabillo del ojo. Un mirar en tu enemigo lo que tienes en casa... Joder, no renunciaría a ellos por nada del mundo.

Pero esto va de Fórmula 1 y se me acaba el espacio que me presta esta entrada. Y entre historias de familia que ni siquiera sé si vienen a cuento, admito que sólo quería mencionaros que Helmut Marko, Herr Doktor, ha venido a decir hoy mismo que los pilotos cobran demasiado para el riesgo que asumen. Que no se nos muere nadie salvo Jules Bianchi, vamos. Y me ha dado por pensar en la capacidad que tienen algunos integrantes del paddock para dar por el culo incluso cuando pretenden resultar medianamente filosóficos.

La familia es sagrada aunque haya que entenderla en todos su matices —si lo sabré yo—, pero Marko incide en la idea de que un robot casi podría suplir a un conductor de F1, como quien piensa que una fotografía puede sustituir el recuerdo de una voz o de un abrazo.

El invento apenas supondría nada en términos económicos porque, un decir, formaría parte del coche, y lo mejor de todo: ni protestaría sobre los neumáticos ni diría «mu» ante las exigencias, a veces incompresibles, de la gente que alimenta el negocio. Y me pregunto qué coño de falta hace entonces, que al robot le pongamos aspecto de ser humano como los pendejos que cabalgan los dromedarios que decoran esta entrada, si al final es una puta máquina.

Corren bajo todo tipo de circunstancias, es cierto, incluso en medio de una tormenta de arena. Son tremendamente rentables, si se rompen se reparan, pero bajo mi humilde punto de vista, quedaría mejor si en vez de a jinetes, se parecieran a un cubo de basura orgánica, como R2D2.

Voy más lejos. Por qué en vez de quitar el justiprecio a los pilotos, que al final se exponen a que les pase lo que a Jules, no reducimos los emolumentos que perciben imbéciles como Helmut Marko y sustituimos a estos por ordenadores alimentados por cualquiera de las versiones más añejas de Windows by Microsoft.

Creo sinceramente que si pusiéramos en nuestras vidas uno de Portugalete o de Gorliz, de Pasajes o Lezo, ganaríamos y ganaría el deporte en su conjunto. Si fuesen Tellaeches, tanto mejor. Entretanto, me consuelo pensando en mis primos y en mis sobrinos, en mi propio hijo. En mi linaje bifurcado o bicéfalo. En papá y en la tía, en José Antonio y mi hermano, en mi hermana, en Pablo, Ignacio y en Txilín. Y en todos los que les hemos sobrevivido a pesar de todo. Y escucho a Popotxo contestando la llamada de Javier Gurruchaga diciendo aquello de Hello!

Hola mi amor, yo soy el lobo,
quiero tenerte cerca, para oirte mejor.
Hola mi amor, soy yo tu lobo,
quiero tenerte cerca para verte mejor.

Os leo.

1 comentario:

anonimo dijo...

A mí me ha llamado la atención lo que dijo HM. Que antes cobraban por el riesgo y ahora no lo corren. ¿Tiger Woods corría mucho riesgo? Pues fue uno de los deportistas mejor pagos de los últimos tiempos.
Personalmente preferiría que cobraran mucho los Nobel, los Príncipe de Asturias, los Goya, y otros premiados más; lamentablemente no son tan mediáticos como los futbolistas, los rockeros, y tantos otros que cobran mil veces mas pasta que ellos.
Evidentemente HM está afilando el lápiz: "Si los pilotos cobraran menos, y no bajara la publicidad, entonces ganaríamos más"