sábado, 18 de junio de 2016

El coche #25TLM16 [08]


Tenía ganas de titular una entrada así: El coche, con rotundidad, sin asomo de duda ni sonrojo.

Y es que a ver, el vehículo de cuatro ruedas (de seis en el caso del P34 de Tyrrell en Fórmula 1), es el protagonista absoluto de las carreras. El hombre que lo conduce puede flaquear, puede llevarlo a jardines de difícil salida, pero hasta que el cacharro no dice basta, todo sigue siendo posible.

Dicen de él que carece de alma, que su belleza suele ser prestada, pero hasta que no te pones cerca de uno de ellos, es imposible que entiendas cuánta mentira lo rodea.

Tuve la suerte de poder acercarme a una exposición de coches antiguos que se celebró bajo la sombra del Teatro Arriaga, en Bilbao, y os juro que algunos de aquellos ejemplares me ganaban en altura. Decir que resultaban brutales es faltar a la verdad... Hace poco estuve en Torre Loizaga y ante ciertos ejemplares de su colección, sentí lo mismo.

Soy pequeño de estatura, pero eso es lo de menos. Ellos son inanes en teoría, pero albergan una poderosa fuerza en su interior que se transmite en cada una de sus líneas para aflorar a través de ellas como si quisieran retarte. Eso es indiscutible.

Mi experiencia más cercana a competir se circunscribe a ir en la parte trasera de un viejo Land Rover conducido por un expiloto de la guerra civil, que circulaba a toda pastilla por las calles de la capital vizcaína. Noventa años pasados tenía el bueno de Guillermo Wakonigg. A los mandos de aquel trasto, parecía tener veintiuno. Pero yo notaba el crujir de las ballestas y cómo las ruedas se agarraban al suelo mientras la carrocería parecía empeñada en batir a sus ocupantes como si estuviese haciendo una mayonesa.

Estoy enamorado del Bentley Speed Six aunque jamás me he montado en uno de ellos.

En la vieja Enciclopedia Salvat del Automóvil que me acompaña desde que apenas era un adolescente, hay una serie de páginas que están mucho más sobadas que el resto. Las correspondientes al Lancia Stratos, al 312B de Ferrari, al Módulo de Pininfarina, al seis ruedas de Tyrrell que mencionaba antes de pasada, y las que trataban de atrapar la genuina belleza del mítico buque insignia de Bentley en el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El coche en Le Mans es mucho más que una herramienta de trabajo. Casi puedo sentir lo que suponía viajar en el interior de aquellas fortalezas rodantes de los años veinte o treinta, y con cierta facilidad, podría imaginar lo que supone ir sentado en el cockpit de un 919 de Porsche. Lo que no me cabe en la cabeza, es que haya quien siga pensando que no existe un cielo para los coches porque necesitan un conductor que los guíe.

Os leo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque la intención era acompañarte todo lo posible, esta época mi fuerzas andan escasas y me retiro.
Te siguiré leyendo desde la barrera

Un saludo
Sr. Polyphenol