domingo, 27 de agosto de 2017

Lo que nos perdemos


Cuenta la leyenda que a los monoplazas de Fórmula 1 les quitas los colorines y salvo por algunos detalles son todos idénticos...

Exageración o no, lo cierto es que el reglamento origina que apenas exista espacio para la creatividad, con lo cual, hace falta un auténtico milagro para que tal o cual coche se diferencie realmente de sus rivales. La guerra, por llamar a todo esto de algún modo, reside en el manejo de los matices, y es ahí donde los ingenieros se aplican de verdad.

Así las cosas, procuro alejarme cuanto puedo de cualquier encendido debate sobre si este vehículo o este otro es más bonito que el de más allá. En su interior se habla de decoración de carrocerías, alguien, con suerte, con mucha suerte, puede atreverse incluso a mencionar la armonía en la disposición de elementos, pero pare usted de contar.

Hombre, empiezas porque el concepto de fondo plano del coche es idéntico para todos y además su tamaño está definido al milímetro en mínimos y máximos, que lo mismo sucede con los alerones, etcétera, etcétera, y lo normal es acabar hablando de colores.

Este mes que ya estamos dejando atrás, hemos charlado lo suficiente sobre fondos planos y alerones como para imaginar hasta qué punto resulta sumamente sencillo llegar a las mismas soluciones cuando todo el mundo en el paddock busca básicamente las mismas cosas. No está mal que sea así, entendedme, lo malo es que Chase Carey ponga sobre la mesa la idea de estandarizar (más) y tras sus palabras haya surgido una marea de opiniones que ven bueno el camino propuesto por el nuevo mandamás de la Fórmula 1 [Miedo al rival].

Si queremos acabar pareciendo la IndyCar, por ejemplo, comprendo que se aplaudan este tipo de iniciativas, pero opino que si se trata de dar un auténtico valor añadido al espectáculo Fórmula 1 como máxima expresión del automovilismo deportivo, el camino debería ser precisamente el opuesto.

Por suerte, todo esto creció con unos márgenes de libertad creativa que permitieron que hayamos llegado donde lo hemos hecho. Inventos como el turbo o la aplicación del efecto suelo, por no mencionar la implicación de la fibra de carbono en la construcción de chasis o frenos, etcétera, jamás habrían tenido cabida bajo una visión tan restrictiva como la que plantean los modernos reglamentos.

No sé lo que nos deparará el futuro, pero no me gustaría perdérmelo.

Es más, me gustaría descubrirlo gracias a este bonito deporte que hace ya demasiado, por desgracia, permitía disfrutar de fascinantes cacharros como el que abre esta entrada, el BRM P25 de 1959 —que por cierto, condujo Stirling Moss para delicia de quienes pudieron verlo—, que se distinguía de sus rivales y en el que lo de menos era el color.

Os leo.

2 comentarios:

enrique dijo...

Me cuesta entender que una mayor standarizacion suponga mayor igualdad. Es como igualar por abajo... Pero sin igualar, o sea, una castaña. La libertad creativa sólo debería tener como límite la seguridad de los pilotos y el público.

Bertor dijo...

Exacto, Enrique. Yo apostaría por estandarización tipo Indycar o libertad absoluta con pequeños controles. Lo malo es el tema de los gastos y tal, que es donde arrasan los grandes...