jueves, 25 de enero de 2018

Un abril encantado


Es tarde cuando te escribo estas líneas porque ya empieza a ser tarde para demasiadas cosas en mi vida. Estuviste aquí, a mi lado, y sigues estando cuando reviso fotos y recuerdos o cierro los ojos escuchando cómo bate el mar la orilla de la playa de Gorliz.

No olvido los 25 de enero. Mi abuela María nació tal día como el que elegiste tú para irte. Imposible hacerlo, Amama y la legendaria memoria de los Isusi, y tu sonrisa incluso cuando te apagabas infinitamente cansada. Y hoy, cuando seguramente sea ésta la última vez que podré recordar en Nürbu esta fecha, quiero que me cojas del brazo como en Madrid, y me cuentes de nuevo por qué debería dedicarme a la política o cómo te aficionaste a la Fórmula 1 leyendo mis tonterías diarias. A cambio, yo te confesaré por qué me costó tanto decirte adiós, y te diré, también, que casi soy el rey de los fogones en casa y que en nada me pongo a hacer pinitos con la repostería...

Me va a costar, no creas. Eso de las medidas exactas y la tempertura justa en el horno se me hace un poco cuesta arriba, pero lidiaremos con ello cuando toque. Y haré sonar entonces a Vainica Doble y entre harinas, azúcares, miel y huevos, soñaré que recorremos juntos la Toscana durante un abril encantado e interminable, y tú me cuentas y yo te digo...

Te extraño y te quiero, Lourdes.

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