sábado, 17 de marzo de 2018

Cuando 1 y 1 no son 2 [07-12-2017]


Si algo ha marcado la temporada 2017 más que el estreno de normativa, ha sido la inexplicable permisividad federativa con el asunto de la mezcla de aceite con el combustible. Cyril Abiteboul ha sido meridianamente claro en este asunto hace unos días: no cree capaz a la FIA de impedir que se continúe quemando aceite. Y si esta afirmación podría servirnos para explicar el extraño comportamiento de nuestra Federación durante la temporada pasada, así como la nueva victoria consecutiva de Mercedes AMG; como expuse en mi espacio en Tercer Equipo a mediados de diciembre pasado, también debería ser aplicable a la hora de juzgar contra qué había estado luchando Ferrari. Sigue siendo una opinión, desde luego...


El desastre de temporada firmado por Ferrari en 2017 podemos verlo desde la gramática parda que nos dice que La Scuderia siempre lo hace mal incluso cuando lo hace bien; o desde una óptica que nos llevaría a aceptar que la normativa 2017 ha fracasado porque alguien cuyo nombre no quiero recordar, ejem, ejem, admitió la mezcla de aceite con el combustible como animal de compañía…

Suena a excusa de mal pagador, lo sé, lo asumo y lo comprendo. Pero si la Fórmula 1 no es una ciencia exacta, lo parece desde el momento mismo en que podemos conjugar en la misma ecuación solvencia en pista, política en despachos y poder en el paddock.

Algo ha pasado, me parece indudable, para que un reglamento que había depositado todas sus esperanzas en la aerodinámica nos haya regalado el cuarto dominio consecutivo de la unidad de potencia más fiable de la parrilla. Así las cosas, aunque suene duro leerlo, toda esta historia no habría sido posible si no hubiese intervenido una mano negra, permitidme llamarla así, que admitiera en su momento que el aceite siguiese interviniendo en la fase de combustión, incorporando a la gasolina aditivos que la alejan de aquella filosofía que adoptó la FIA en 2005, por la cual, el alimento de los motores F1 iba a ser partir de entonces casi como el de calle, de ése que metemos por litros en el depósito cada lunes antes de ir al trabajo con la intención de que nos dure al menos hasta el viernes.

Este año ha habido trampeo o lectura creativa del reglamento, como prefiráis, pero lo que hay detrás y nadie se ha fijado, o no ha querido verlo, son tres años más haciendo lo mismo en el caso de Brackley, que la cosa del botón mágico no ha sido de esta temporada ni debería habernos pillado de nuevas. Tanto es así, que en justicia deberíamos estar hablando de una amplia y contrastada experiencia en el uso de un subterfugio del reglamento que ha permitido a Mercedes AMG dominar de cabo a rabo a sus rivales desde 2014 a esta parte.

Ferrari, que es a lo que vamos, ha participado de este fenómeno tarde y a contrapié. Ni ha sido tan resultona utilizando el método Mercedes, ni ha podido evitar caer en la emboscada de la experiencia, que siempre es un grado, y en la Fórmula 1, tal vez dos, o más.

Ahora bien, la italiana ha puesto sobre el tapete todo lo que traía consigo y hay que recalcarlo. El SF70-H ha sido una máquina que desde diferente planteamiento al W08 de Brackley ha sabido plantarle cara. Errores humanos como el de Bakú o el de Marina Bay, sumados a los problemas de Monza, Sepang y Suzuka, han terminado arrojando un panorama bastante desolador, pero no es menos cierto que Maranello ha jugado al límite desde el minuto 1, cosa que la honra.

La Fórmula 1 es sumamente compleja y, en su seno, la suma de 1 más 1 no siempre ofrece como resultado 2. No vamos a entrar en el juego de si esto o aquello, de pensar en qué habría sucedido si la FIA hubiese decidido zanjar el asunto del aceite antes de Australia o antes de España, como amenazó, pero lo que parece indiscutible es que a tenor de las circunstancias, La Scuderia ha tratado de ganar unos campeonatos de Marcas y Pilotos en desventaja y los ha perdido por falta de fe en sus propias fuerzas.

Me quedo con esto. Os leo.

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