miércoles, 18 de abril de 2018

Whiting y la prueba del algodón


La mejor manifestación de que el reglamento deportivo es una convención muy traída por los pelos, está en que cada vez que el espectáculo lo vale Charlie Whiting se pasa por el forro de los pantalones las reglas escritas y casi que se lo agrecedemos...

Bueno, no se lo agradecemos del todo porque el avispado Director de Carrera permite sólo a unos pocos conductores parecer auténticos pilotos de Fórmula 1. Todos sabemos de sobra que el británico tiene su grupito de elegidos y que a sus integrantes les deja resultar osados en pista, agresivos, malhablados, altaneros, old school, vamos; mientras que al resto les aplica la convención, la norma, ese espíritu triste que de ser válido para todos acabaría aburriendo a un rebaño de ovejas.

En fin, no es la primera vez que escribo sobre la esquizofrenia en la que vive sumergido el aficionado, y seguramente no será la última, de momento. Por un lado, coincidimos en que debe haber reglas para que esto no parezca una película de indios y vaqueros, mientras que por otro, saltamos del sillón en cuanto creemos oler a pólvora quemada o escuchar tiros. Y aquí hay miga, no me digáis que no.

Estas últimas acciones son las que más recorrido tienen en las charletas en redes sociales o en el bar porque existe un reglamento y tendemos a jugar con él como hace Charlie, aunque sea a todo pasado. Las otras, las ajustadas a norma, no las recuerda ni el Tato porque son sosongas y aburridas y porque no originan ningún tipo de debate.

Esto no lo admitimos en público por el miedo al qué dirán, fundamentalmente. No exteriorizamos que nos gusta una Fórmula 1 agreste y rocosa porque, a ver, la normativa se supone que sirve para algo, y hombre, hay que respetarla porque para eso está; pero en el fondo saludamos que Dirección de Carrera se orine en ella cuando conviene por el bien del espectáculo, porque entendemos que el deporte es otra cosa diferente a eso que nos dan cada fin de semana de carrera. En la intimidad sabemos que esto es así, aunque de cara a la gente nos pongamos finolis y rectos y rigurosos.

Por muchas vueltas que le demos, lo de Ricciardo en China no es lo habitual. El australiano adelantó limpio a todo aquél que tenía por delante, pero lo normal es que se luche por la posición y se den rifirrafes y contactos. No como los de Max o Pierre, evidentemente, pero sí con sangre en las venas en vez de horchata.

Y aquí quería llegar yo este mediodía, porque el reglamento deportivo que disfrutamos en estos momentos no atiende a lo que nosotros esperamos del espectáculo o les gustaría hacer a los pilotos —Montoya dijo en su día que se las piraba porque había que pedir permiso para adelantar; así, tal cual—, sino, más bien, a que el material no se dañe demasiado, que los seguros y los arreglos de chapa y pintura cuestan un pastizal.

Esta visión proteccionista y cicatera es la que da espíritu a la normativa deportiva, no nos equivoquemos. La seguridad del conductor es importantísima pero en este caso totalmente secundaria porque prima siempre la del vehículo. Y la prueba del algodón la tenemos en que Whiting, cuando considera que una ación puede levantarnos de la silla, mira para otro lado y la consiente, o acaso, la castiga poquito si resulta demasiado evidente.

Os leo.

3 comentarios:

  1. Es un error que el director de carrera dea el mismo en todas las carreras. Debería ser uno distinto para cada gp, si no se crean vicios. Filias y fobias. Alonso ya lo comentó una vez, que en la reunión con Charlie antes de cada gran premio el prefiere no hablar, ni para bien ni para mal, porque te apuntan la matrícula.

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  2. A Alonso hace tiempo que le tienen la matrícula apuntada.



    King Crimson

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  3. Como si eligiesen un comisario distinto por GP. Da igual, el problema es la FIA.

    Whiting es solo un peón, en un juego de estrategia que moviliza muchísimo dinero. La prensa inglesa, sus chiringuitos y los repartidores globales de derechos de imagen son los culpables. Subsisten gracias a la mitología creada en torno a sus divos, únicos llamados a ocupar lugar en el Olimpo. Y el espectador promedio, traga.

    Disolver estos poderes es el principio de una solución. Pero puede llevar años construir de manera sustentable un espectáculo más justo, y por elevación más emocionante.

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