El último que apague la luz [Grand Prix Actual. 3 de mayo de 2010]

[David Plaza] Vuelve con nosotros Jose Tellaetxe, al que ya conocísteis en este espacio a través de su primera firma para GPA hace unos meses. En este caso el creador de El Infierno Verde, hace una reflexión acerca del camino que toma la FIA en dirección a una F1 más ecológica.



Menos mal que estas cosas ya no me pillan de nuevas, porque en otra época más crédula incluso me habría tomado en serio que la F1 ha decidido ponerse firme en aquello de moverse en sintonía con los tiempos que corren. 

Lo del ecologismo... Bueno, como etiqueta, vale, y también como animal de compañía, si se tercia, porque lo cierto es que este tipo de barnices mercadotécnicos no dejan de ser guiños a la galería que ocultan intenciones económicas que si fuesen expuestas en carne viva tampoco deberían ofender a nadie, ya que el deporte automovilístico es fundamentalmente una expresión más o menos lúdica de un universo gobernado por las altas y medianas finanzas.

Bien, tocaba ir desmadejando el lío montado por Max Mosley, por absolutamente insolvente, y mal que queramos, los últimos movimientos observados en el seno del máximo organismo indican que hay intención de ir resolviendo las numerosas cuentas pendientes, pero a fe mía que la cultura aquella que afirmaba Ari Vatanen que era inamovible cuando perdió la carrera por la presidencia de la FIA frente a Jean Todt, sigue haciendo de las suyas. 

Así las cosas, en vez de abrir abanicos de posibilidades para facilitar la creatividad y ver por dónde surgen las mejores soluciones, se sigue abundando en la retórica de la obligación pura y dura, del camino único, de la imposición miope, del encender un cirio a vaya usted a saber qué santo, por ver si esta vez hay suerte cuando en realidad, no la ha habido nunca. 

Sorteando el espinoso asunto de por qué tenemos la manía de no llamar a las cosas por su nombre y nos contentamos con pasar de puntillas sobre la sostenibilidad mediambiental, contemplando únicamente el perjuicio que pueden ocasionar al entorno las emisiones derivadas de la combustión en el propulsor, en vez de valorar el coste real que supone, ecológicamente hablando, realizar un monoplaza desde el primer al último tornillo, cuando en su elaboración intervienen costosísimos materiales y algunos de ellos, además, peligrosos de narices, así y todo, cabe plantearse algunas cuestiones.

Porque si hay baremos suficientes como para catalogar si el motor de un coche de calle es respetuoso con el medio ambiente, no veo por qué no se recurre a la misma filosofía para regular cómo debería comportarse el de un monoplaza sin necesidad de marear innecesariamente la perdiz: se define por norma cuánta cantidad de CO2 puede emitir, y listo. Y si la cuestión va de prestaciones, intuyo que bastaría con establecer una cilindrada máxima para cada modalidad (atmosférico o turboalimentado), y un límite también máximo de potencia para todas ellas, de manera que serían los departamentos de ingeniería de los equipos los que decidirían en su caso la mejor manera de cumplir con el reglamento... 

En vez de esto, volvemos a las andadas —que conste que no me parece mal que retornen los turbos o que se aplique una tecnología como la del KERS, que se me antoja bastante interesante, sea dicho de paso—, y se barajan ya nuevas directrices férreas que encorsetarán la necesaria creatividad, eso sí, por el bien del deporte y su imagen, como siempre. 

Total, que como ya lleva ocurriendo desde hace algo más de una década, se impone de nuevo un criterio de vía única que cierra la posiblidad de que alguien dé con la tecla adecuada y por consiguiente, invente algo sugerente, aunque sea por chiripa o porque al tener auténticas alternativas a mano, ha sabido manejarlas adecuadamente.

A cambio, se nos ofrece límite de cilindros verde, cubicaje verde, obligación de utilizar Turbo y KERS verdes, y un hiriente ¡luego, ya veremos! de color de rosa; mientras se sigue derrochando electricidad a raudales en iluminar circuitos perdidos de la mano de Dios para que los anunciantes puedan ser vistos por sus consumidores al otro lado del mundo. 

¡El último que apague la luz, por favor!