Los números engañan [SafetyCast #2. 2 de noviembre de 2012]


Uno de los principales problemas que encuentra el aficionado a la hora de enfrentarse a nuestro deporte, consiste en la dificultad de aislar correctamente las diferentes variables que lo afectan.

Así, el recurso más a mano para evitar naufragar suele ser la comparación estadística, que puede resultar uno de los más peligrosos por cuanto aisla inevitablemente algunos de los condicionantes que han perfilado a pilotos y máquinas en las diferentes etapas del deporte, siendo una de las más relevantes desde mi humilde punto de vista, la manera que tiene el piloto de afrontar el riesgo vital y mecánico desde el volante.

El riesgo vital que corría un piloto de carreras durante la década de los cincuenta del siglo pasado y el que asume cualquiera de los integrantes de la parrilla son a todas luces incomparables. No es lo mismo conducir sentado en un habitáculo con medio cuerpo fuera sobre trazados que parecen trampas para osos, que hacerlo embutido en una célula de seguridad que resulta tremendamente eficaz en caso de impacto, entre otras cosas porque hoy en día las protecciones y escapatorias son impecablemente generosas —el Kaiser reconoció abiertamente que no se habría atrevido a competir cuando no había tanta seguridad en los circuitos y vehículos—, y es que la seguridad supone uno de los ingredientes más importantes de la actividad deportiva actual, y sin embargo, es uno de los que menos pesa a la hora de enfrentar los diferentes resultados.

También me parece poco adecuado comparar etapas del deporte en las cuales los motores y las diferentes partes mecánicas de un monoplaza de competición (suspensiones, cajas de cambio, etcétera) se rompían con facilidad porque era factible llevarlas a su límite, con la que vivimos en la actualidad, donde la rotura, cualquier tipo de rotura, parece casi una leyenda urbana…

Obviamente (a estas alturas no puedo ni quiero negarlo), estoy dando réplica a Charly Barazal en su artículo aparecido en SafetyCast nº1, ya que me siento parte integrante de ese grupo de aficionados a los que los números de Vettel sólo les dicen que el alemán es un pura sangre que corre en una época que se lo ha puesto muy fácil, no tanto por los vehículos que ha tenido la suerte de conducir (todos los grandes tienen suerte en este apartado), sino porque los condicionantes que lo rodean sirven de alfombra roja para que rompa uno tras otro todos los récords que le pongan delante.

Aunque lo parezca no estoy haciendo demérito del actual bicampeón del mundo, al contrario, lo estoy enmarcando en su época concreta, una etapa del motorsport que tiene poco que ver con otras anteriores, ya que la seguridad activa y pasiva en trazados y coches, permite tomar riesgos que hace unos años no estaban al alcance de nadie que tuviera dos dedos de frente, y que está marcada para bien o para mal, por una cautela mecánica que no se gestiona desde el habitáculo y en soledad, como antaño, sino desde los ordenadores, la radio y el muro de la escudería que te avisa que pares porque algo va mal.

Podría terminar diciendo que me gustaría ver a Sebastian subido en un Lotus 25 o en un Maserati 250f, o incluso en un Ferrari 126CK, pero mentiría como un bellaco. Aunque la nueva actitud del piloto ante su máquina y desempeño sea muy diferente, prefiero seguir dudando de él y sufriéndole con el dedo en alto, pero entero y de una pieza, dando por seguro que forma parte de la historia de nuestro deporte sin que sus números y hazañas importen tanto.